En defensa del Principio de Mediocridad

Artículo basado en el libro: "Este libro le hará más inteligente: Nuevos conceptos científicos para mejorar su pensamiento" de P. Z. Myers y editado por John Brockman.

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Debido al imparable desarrollo tecnológico y a la revolución digital (ahora impulsada por la inteligencia artificial) en la que estamos inmersos, la elección de las competencias que debe promover cualquier sistema educativo en sus alumnos se está volviendo cada vez más confusa y compleja. ¿Cuál crees tú que debería ser la competencia esencial que todo el mundo debería poseer? Seguro que no te resulta sencillo responder a esta pregunta. Una respuesta acertada para cualquier sociedad científica y tecnológica como la nuestra podría ser el álgebra. Las matemáticas elementales son un instrumento esencial para el progreso de la sociedad en sus cuestiones científicas y tecnológicas. Prácticamente cualquier avance técnico desde la revolución industrial muestra en mayor o menor medida la implicación de esta rama de la ciencia. Sin embargo, con matemáticas no basta para conocer cuál es nuestro papel en el mundo. ¿Cuál es la idea que convendría aprender a las personas para comprender el lugar que ocupan en el mundo? El principio de mediocridad.

El principio de mediocridad es una noción fundamental para la ciencia, y también es uno de los conceptos que la gente encuentra más polémicos y difíciles de entender. De hecho, un principio común de las religiones, del creacionismo, del patrioterismo y de las políticas sociales fallidas, radica justamente en que se oponen a este principio. El principio de mediocridad sostiene simplemente que tú no eres especial. El universo no gira en torno a ti, nuestro planeta no cuenta con ningún privilegio especial, tu país no es el resultado perfecto de una secuencia de designios divinos y tu existencia no está atada a ningún destino intencional. La mayoría de las cosas que suceden en el mundo no son más que consecuencias de las leyes naturales que rigen en todas partes y abarcan la totalidad de lo existente. Todo cuanto tú, como ser humano, consideras investido de una importancia cósmica, en realidad es un accidente. Que seas un hombre o una mujer, más alto o más bajo, con ojos azules o castaños es el producto de un entrecruzamiento aleatorio del material genético de tus padres durante la meiosis de sus células sexuales (espermatozoides y óvulos), junto con una cuantas mutaciones sucedidas por azar.

No te sientas desalentado por todo esto, no eres el único, las mismísimas estrellas se formaron en virtud de las propiedades de los átomos, fijándose sus características específicas conforme a la azarosa distribución de las ondas de condensación que se propagaron a través de las nubes de polvo y gas originales. La posición del Sol no tenía porqué ser exactamente la que es, ni su luminosidad la que conocemos. Simplemente se da la circunstancia de que está ahí, y nuestra existencia deriva de esa oportunidad. El desarrollo de nuestra propia especie se debe a la influencia de nuestro entorno que opera en parte por selección y en parte por vaivenes del azar. Si nuestra especie se hubiera extinguido hace miles de años, el planeta seguiría girando, la vida seguiría floreciendo y seguramente en nuestro lugar estaría prosperando otra especie.

La razón de que este principio sea tan importante para la ciencia estriba en que gracias a él, empezamos a comprender cómo hemos llegado a este mundo y cómo funciona todo. En primer lugar, buscábamos principios generales que operan en todo el universo, y no aquellos que únicamente se centran en los seres humanos. Después tratamos de buscar las anomalías y las excepciones que engendran los detalles. Esta estrategia se ha revelado exitosa y facilita la obtención de un conocimiento más profundo. Si crees que viniste al mundo como una entidad única y con un propósito concreto, tus creencias son insólitas y carentes de fundamento. El principio de mediocridad nos señala que nuestra situación no obedece a un propósito y que el universo carece por igual de maldad y benevolencia, sólo está determinado por una serie de leyes, y el objetivo de la ciencia debe ser la comprensión de esas leyes.

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