El oro nazi, el secreto bancario y el hombre más odiado de Suiza

Artículo basado en el libro: "Dónde se esconde el dinero: Cómo los ricos atracan el mundo" de Atossa Araxia Abrahamian.

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Esta es la historia de Jean Ziegler, un hombre nacido en Thun (Suiza) en 1934. Jean ha escrito una treintena de libros y ha sido miembro del Parlamento Nacional suizo durante casi 3 décadas, pero sobre todo ha dedicado su vida entera a criticar sin pelos en la lengua a su país natal y al desmesurado influjo que este ejerce sobre el resto del mundo. Por eso, Ziegler es considerado el intelectual con peor fama de todo Suiza. Veamos su historia.

La vida de Ziegler tiene varios paralelismos con la de Ernesto “Che” Guevara. Ziegler, al igual que el Che, nació en una familia de profesionales de clase media-alta. Sus viajes por el mundo lo radicalizaron en contra de un sistema capitalista que encontraba marcado por el imperialismo y el racismo, los mismo que el Che. Por ejemplo, estuvo en el Congo Belga, cuyos niños famélicos y mutilados todavía se le aparecen en sus peores pesadillas. También estuvo en las guerras argelinas para independizarse de la Francia colonialista, o en el Chipre anexionado, dónde los británicos llevaban décadas privando a sus ciudadanos del derecho a la autodeterminación. Sin embargo, Ziegler también percibía los ecos de la opresión en su tierra natal; en los mercados de incorpóreas materias primas que los especuladores explotaban para fijar los precios de la comida y el combustible en lugares remotos, y en las cámaras acorazadas de los bancos a los que los cleptócratas desviaban el dinero extraído de los recursos naturales de su país. “Lo que financia el relativo bienestar del pueblo suizo es la muerte, la guerra y la hambruna. Esta es la cueva de Ali Babá, la guarida del mundo entero. En este sentido, Suiza es única” comentaba Ziegler sobre su país natal.

Jean Ziegler (Fuente: 24 heures)

Aunque Ziegler disfrutó de una infancia feliz, y su futuro estaba predeterminado para una carrera de Derecho (al igual que su padre que era juez), pronto desarrolló una profunda aversión hacia la injusticia y la desigualdad. De niño, discutió con su padre de una manera acalorada sobre la vieja tradición suiza de “dejar” a los niños de familias pobres en hogares con mayores recursos para que trabajaran en ellos, muchas veces sometidos a condiciones deplorables e incluso malos tratos. “Dios así lo ha dictado” se excusó su padre, pero Ziegler se negó en rotundo a aceptar esta explicación. Aun así, Ziegler empezó su carrera política como conservador, siendo miembro activo de una formación estudiantil para promover la unidad nacional suiza. Estudió Derecho en Berna, pero más interesado por la sociología, se trasladó a la Sorbona de París para estudiar, antes de volver a su país natal para obtener el doctorado. En su periplo francés, Ziegler trabó amistad con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. La pareja lo inició en el marxismo y le animó a informar sobre la guerra en Argelia para Les Temps Modernes, la revista fundada por ellos. Simone le ayudó a corregir su francés para hacerlos más literario y elegante, y le recomendó renunciar a su nombre de pila, Hans, para convertirse en Jean. Así es como se hacía llamar Ziegler cuando ingresó en el Partido Comunista Francés, y así es como se seguía llamando cuando lo expulsaron del país por apoyar la independencia argelina. En este mismo periodo, Ziegler también empezó a relacionarse con el sacerdote jesuita y héroe de la Resistencia, Michel Riquet. Su abnegada ayuda a los pobres lo dejó tan impresionado que acabó por convertirse al catolicismo, dejando su pasado protestante.

Tras su paso por Francia, Ziegler trabajó brevemente en el ámbito del Derecho corporativo, y luego se trasladó a Nueva York para ampliar sus estudios de sociología en la Universidad de Columbia, aunque no estaba a gusto e hizo cuanto pudo por marcharse. Tras enviar casi un centenar de solicitudes de empleo, un periódico cubano le dio trabajo como colaborador especializado en política internacional. De esta forma fue como conoció al Che por primera vez, mientras cubría la revolución desde el hotel Habana Libre en 1959. Después de trabajar para las Naciones Unidas durante 2 años, terminó por abrazar el socialismo de forma decidida. En 1961, Ziegler aceptó un trabajo en el que se precisaba un francoparlante para acompañar a un funcionario británico en una misión en el Congo. Aunque el país acaba de obtener la independencia, un golpe de Estado respaldado por Bélgica (empeñado en conservar sus concesiones mineras) y por Estados Unidos (empeñado en derrotar al comunismo) depuso al presidente democráticamente elegido, Patrice Lumunba, y llevó al déspota dictador Mobutu Sese Seko al poder. Mobutu era un cleptócrata de manual, un megalómano sin escrúpulos decidido a enriquecerse por cualquier medio. Puso los recursos del país en manos de amigos y familiares, dejando a la población común y corriente sin apenas beneficio de la enorme riqueza mineral del país. Ziegler se alojó en un hotel de la actual Kinshasa, un edificio cercado por altos muros cubiertos de alhambra de espino, al que todos los días niños hambrientos se acercaban para suplicar las sobras de las comidas. Ziegler incluso llegó a ver, en varias ocasiones, como los guardias del hotel dispersaban a estos niños con palos, llenándolos de sangre y moratones, todo por haber nacido en el lugar equivocado en un momento erróneo. Cuando Ziegler se enteró que el dictador Mobutu, puesto por Bélgica y Estados Unidos, desviaba sumas inimaginables de dinero a los bancos suizos de su tierra natal, empezó a tomarse de forma muy personal la política. “En el Congo, vi las lamentables condiciones en las que vivían tantos niños. Y yo sabía que Mobutu ahora estaba presentándose en Ginebra con todo ese dinero manchado de sangre, el responsable de tantísimas muertes en su país. Y la oligarquía suiza lo recibía con los brazos abiertos. Fue lo que me motivó a la acción”.

Unos años después de esto, Ziegler se encontró en Ginebra con el Che y sus allegados, a quienes hizo de traductor (en la medida que su español se lo permitía) y se desvivió por ellos durante el par de semanas de estancia en Ginebra de la delegación cubana. En el transcurso de la última velada, Ziegler reunió el valor suficiente para pedirle al Che que lo dejara ir con él Cuba y sumarse a la revolución. “Tú has nacido en este lugar, y aquí es donde está el cerebro del monstruo. Aquí es donde tienes que luchar” le dijo el Che a Ziegler esa noche. Ambos tenían claro que había algo en el funcionamiento de Suiza que la convertía en excepcionalmente útil para las fuerzas del capitalismo: no como actriz principal, pero sí como apoderada que trabajaba entre bambalinas. Años después, Ziegler acuñaría el término “imperialismo secundario” para describir la forma de actuar de su país. Diferente al imperialismo primario de Francia, Bélgica o Estados Unidos, caracterizado por la presencia física en el terreno y el uso del ejército. Suiza desarrollaba su imperialismo a través de entramados financieros y firmas multinacionales que mantenían a los países pobres dependientes de los bienes, el armamento y el dinero occidental (estadounidense en mayor parte).

Jean Ziegler junto a un retrato del Che Guevara en su oficina en Ginebra (Fuente: El Diario)

En 1976, Ziegler publicó Una Suiza por encima de toda sospecha, en parte manual de economía, en parte panfleto marxista, en parte crónica de investigación, recogía la idea de que el papel de Suiza en el mundo es el de un cómplice del capitalismo o el de una criada para todo. Al igual que Max Weber, uno de los padres de la sociología moderna, culpó al calvinismo de la propensión que tienen los suizos a esconder, blanquear y mimar la riqueza procedente del mundo entero. “En Suiza, el manejo del dinero tiene un carácter cuasisacramental. Tener dinero, aceptarlo, contabilizarlo, acumularlo, especular con él, sacarle rendimiento son unas actividades que, desde la llegada inicial de refugiados protestantes a Ginebra en el siglo XVI, se consideran revestidas de una grandez casi metafísica” escribió Ziegler en su obra. En este libro, Ziegler también vinculaba a entidades bancarias, empresas farmacéuticas y multinacionales suizas, con fenómenos ilegales como el tráfico de drogas y abuso de los derechos humanos en diferentes países. Da igual si el dinero procede de una especulación inmobiliaria, del tráfico de cocaína o de la venta de niñas para la prostitución, todo el dinero es bienvendio en Suiza. En un banco Suizo, era muy fácil que por la mañana aceptasen maletines llenos de dinero procedentes de las dictaduras en Portugal y la República Dominicana, al medido día contactasen con agencias inmobiliarias para adquirir una bonita casa en un lago suizo para un jeque del golfo Pérsico o un coronel guatemalteco y por la tarde haga negocios con Dow Chemical y Honeywell supervisando las ventas internacionales de napalm y minas explosivas terrestres. Las afirmaciones hechas por Ziegler en este libro y en otros posteriores, le valieron 9 demandas por difamación en 5 jurisdicciones diferentes. En conjunto ha tenido que pagar 6,6 millones de francos suizos (7,5 millones de dólares) en indemnizaciones, un desembolso que le ha dejado en insolvencia económica, al menos sobre el papel.

Ziegler ataca la famosa postura neutral de Suiza en todas las guerras, como una tapadera que sencillamente sirve para aceptar el dinero proveniente de ambos bandos. Solo piensan en la maximización del capital y el lucro de los capitalistas, vengan de donde vengan y piensen lo que piensen. ¿Dónde te crees que se deposito el oro nazi robado a los países ocupados? Bingo, en un banco de la eternamente desinteresada y equidistante Suiza. Aun así, no era solo esto lo que ofrece Suiza a sus vecinos europeos y del resto del mundo siempre que tengan mucho dinero, Suiza ofrece a día de hoy (entre otras muchas cosas): deducción impositiva (bajada de impuestos) sobre los costes de investigación y desarrollo en la industria farmacéutica, de almacenes especiales considerados como territorio aduanero exterior (donde se esconden obras de arte y vinos de alto valor sin pagar ningún impuesto), hace la vista gorda en cuanto a las prácticas contaminantes o de explotación laboral que las empresas radicadas en Suiza hacen en el extranjero y lo más atractivo de todo, la estricta legislación nacional que prohíbe revelar secretos bancarios.

Algunos de los bancos más importantes de Suiza (Fuente: Expansión)

Mientras Suiza mantiene una fachada de una democracia directa ultrapopulista basada en los referéndums, el Gobierno helvético depende casi por completo del capital global. Además, la estructura política de los cantones suizos destaca por su enorme flexibilidad. Por ejemplo, en 2019, después de que los votantes decidieran en un referéndum nacional renovar la regulación fiscal y eliminar las bandas impositivas preferentes para las multinacionales, los cantones locales, en contraposición a estas medidas, recortaron los impuestos a las empresas a nivel local. Por ejemplo, en Basilea, el impuesto de sociedades bajó de un 20% a un 13% tras la aprobación del referéndum. Puede que esta idea de reducir la tributación te resulte lógica si la intención de Suiza es atraer negocios, pero la verdad es que la historia fue al revés. A comienzos del siglo XX, Francia y Alemania introdujeron impuestos sobre la renta y la herencia progresivos a su población por primera vez. Suiza no solo se abstuvo de hacerlo, sino que hizo una campaña publicitaria específicamente dirigida a los ricos. Seleccionó a su clientela principal e hizo imprimir miles de folletos, circulares, cartas personalizadas, anuncios en periódicos, e incluso enviaron representantes puerta por puerta. Esta campaña masiva de marketing funcionó y entre el 2% y el 2,5% de la riqueza francesa (la mitad del PIB de Suiza) se trasladó a los bancos suizos. Luxemburgo también hizo algo parecido y le funcionó, pero no tanto como a Suiza ya que tenía su estrategia de obstrucción activa; es decir, establecer políticas federales en los cantones que excluyan las negociaciones con otros Gobiernos empeñados en castigar la evasión fiscal, o lo que es lo mismo, el secreto bancario.

Suiza adoptó la leyes de secreto bancario en 1934, y según Ziegler, estas fueron concebidas para proteger de posibles persecuciones a aquellos extranjeros que sacaban dinero de su país de origen. Para entonces, Hitler ya estaba en el poder, y muchos judíos alemanes, viendo la que se avecinaba, empezaron a sacar su dinero de Alemania, pero el Gobierno germano se percató de ello y empezó a castigar esas evasiones de capital con la muerte. Aunque esta historia parezca muy bonita y solidaria, en realidad es falsa. No es más que propaganda revisionista elaborada en los años 60 por Credit Suisse, un importante banco suizo. La ley del secreto bancario fue el resultado de un escándalo existencial. En 1932, la policía francesa recibió un chivatazo sobre una reunión entre un comercial de un banco de Basilea y 2.000 clientes galos reacios a pagar impuestos entre los que se encontraban ministros, generales, obispos, editores de periódicos, senadores o el fabricante industrial Armand Peugeot. El comercial estaba dando una asesoría fiscal dudosa a la alta sociedad parisina que aborrecía pagar impuestos. La riqueza conjunta de estos distinguidos individuos ascendía a la quinta parte del PIB suizo. Sin embargo, la trama se destapó y los banqueros terminaron por devolver centenares de millones de francos a los franceses, sabedores de que los episodios de esta clase podrían provocar que los clientes perdieran la confianza y se fueran a otro lugar. A raíz de este escándalo, en menos de 2 años, el Parlamento suizo convirtió en delito federal la revelación del nombre del propietario de una cuenta bancaria. Además, en ausencia de demandante, el propio estado podía presentarse como acusador. Por suerte para el resto de países, en 2014 se llegó a un acuerdo entre 47 naciones que exigían el intercambio automático de los datos bancarios individuales, y la presión internacional hizo que Suiza se uniera al convenio. Aun así, en Suiza, la evasión de impuestos sigue siendo un delito civil y no penal, lo que facilita que Suiza siga actuando de la misma manera que antaño.

Gracias a las artimañas del secreto bancario de 1934 y a su neutralidad política, Suiza se las arregló para sufrir pocas perturbaciones en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, pero sí tuvieron un elevado coste moral. Otro de los libros de Ziegler es “El oro nazi” que estudia las estrechas relaciones entre las alta esferas de los bancos suizos y los nacionalsocialista alemanes. Ziegler no fue el primero en revelar estos íntimos vínculos, pero el hecho de que un político del Parlamento suizo escribiese sobre esto, añadía mucho peso a su crónica y el libro se convirtió en un superventas mundial. Además, el libro se publicó en 1997, justo cuando el Congreso Judío Mundial (CJM) se disponía a demandar a los bancos suizos en nombre de los supervivientes del Holocausto. Los banqueros estuvieron continuamente poniendo trabas, pero la presión mediática hizo que, al final, el CJM llegase a un acuerdo extrajudicial con la banca por valor de 1.250 millones de dólares. Imagina cuan estrechas tendrían que ser las relaciones entre los bancos suizos y los nazis para que los primeros pagasen 1.250 millones de dólares a las víctimas de los segundos. La intriga económica funcionaba de la siguiente manera: durante la guerra, los suizos adquirieron lingotes y monedas de oro (el patrón mundial en aquella época) por valor de 1.700 millones de francos suizos de Alemania. El total incluía activos robados a judíos deportados y suponía nada menos que la tercera parte de la producción mundial conocida de oro. Los nazis, por su parte, recibieron francos suizos que empleaban en la compra de munición y armamento en un momento en el que las sanciones internacionales y la debilidad de la moneda nacional hacían mella en su capacidad adquisitiva. Los bancos centrales de los demás países vendían el armamento a Alemania y usaban los francos suizos recibidos para comprar oro a los bancos suizos, cerrando el círculo de la transacción. Mientras tanto, millones de soldados y civiles perdían la vida en las trincheras y en los campos de concentración, ajenos a toda esta infraestructura económica que posibilitó sus muertes. “Suiza funcionó a entera satisfacción [de Hitler] como la caja fuerte del Tercer Reich” anotó Ziegler en su libro. En marzo de 1945, un par de meses antes del final de la guerra en Europa, Suiza se comprometió a dejar de comprar oro nazi; a buenas horas…

Ziegler ha seguido publicando libros como “Suiza lava más blanco” donde acusa a banqueros helvéticos por aceptar dinero de traficantes y otros criminales, pero las querellas y las denuncias por la publicación de estos libros por parte de una élite suiza resentida, no paran de llegar. Ziegler ha sido el único político suizo en perder su inmunidad parlamentaria, no por lo que ha hecho, sino por lo que ha dicho, y las cuentas donde recibe los derechos de autor devengados de sus libros siguen embargadas. Por suerte, la casa en la que vive está a nombre de su esposa, por lo que no pueden embargarla. Millones de dólares en pagos de indemnizaciones, decenas de denuncias por difamación, y todo ello por desvelar los entresijos económicos de un país diminuto (42.000 km cuadrados de los que solo el 60% son habitables) en el que se gestionan el 27% de todas las fortunas mundiales. Un país cuya única materia prima es el dinero, por lo general dinero extranjero, venido de donde haga falta.

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