De Vinted a Kantamanto: La oscura cadena global de la ropa de segunda mano
Artículo basado en el libro: "Vertedero. La sucia realidad de lo que tiramos: A dónde va y por qué importa" de Oliver Franklin-Wallis.
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¿Has reciclado alguna vez ropa? A no ser que tengas ciertas habilidades de costura, lo más probables es que respondas que no. Sin embargo, es muy probable que hayas participado en el ciclo de reutilización de la ropa, bien porque hayas donado la que ya no usabas a la beneficencia, o bien porque hayas participado en el mercado de segunda mano a través de aplicaciones como Vinted. Lo cierto es que desde la crisis financiera de 2008, las “tiendas” de beneficencia se han multiplicado por todo el mundo (sobre todo Occidente). Por ejemplo, tan solo en Reino Unido, existen más de 11.209 tiendas benéficas, cifra que no para de aumentar. Aunque antaño las compras en tiendas de segunda mano tenían toda clase de connotaciones negativas ligadas a la pobreza y a la clase social; hoy en día, comprar cosas de segunda mano (en especial ropa) está más de moda que comprar cosas nuevas. Algunas de las mayores cadenas de beneficencia como Oxfam o Shelter, han creado tiendas en donde puedes comprar prendas de Prada sin sentirte culpable. Aun así, al pensar en una tienda de segunda mano, no nos imaginamos algo relacionado con la industria, y mucho menos algo que tenga que ver con residuos. Las tiendas de segunda mano nos evocan una idea de altruismo, un lugar en el que mostrar nuestra generosidad donando prendas que ya no nos valen o que han pasado de moda, promoviendo la reutilización como complemento del reciclaje. Sin embargo, pensar esto es ingenuo. La incómoda realidad es que las tiendas de segunda mano no son más que una parte de una enorme infraestructura de residuos. Piensa en este dato: sólo entre el 10% y el 30% de la ropa que llega a una tienda benéfica se revende. El resto desaparece en una maquinaria que no se ve: un enorme dispositivo que clasifica los bienes donados y luego los revende a socios comerciales, con frecuencia para la exportación. Además, este trabajo lo suelen hacer personas mayores de forma gratuita. Por ejemplo, en Reino Unido, en 2022, el 87,5% de los trabajadores de las tiendas benéficas eran voluntarios. En este artículo, analizaremos estas redes que rodean el mundo como una madeja de lana, llevando nuestra ropa no deseada a personas de países tan lejanos como Afganistán, la India o Togo.
Empecemos por el principio, es decir, por la empresa a la que donamos nuestra ropa. Para ello, comencemos desde una empresa de reciclaje de textiles con sede en Leicester llamada Pink Elephant Recycling. La empresa se situa en un pequeño edificio de ladrillo rojo de dos pisos, con un par de contenedores de recogida de textiles pintados de color rosa en la entrada. Aun así, esta inocente fachada esconde el procesado de unas 2.000 toneladas de ropa anuales, algo modesto teniendo en cuenta que Textile Recycling International, la mayor procesadora de Reino Unido, se encarga de 130.000 toneladas. “Es un negocio sencillo. Adquieres materiales, los procesas y los vendes” Comenta su director, un firme defensor de la economía circular de aspecto afable. La ropa donada se recoge a través de contenedores rosas iguales que los de la entrada, repartidos por todo el Reino Unido. Aunque la empresa solía recibir ropa de la beneficencia, hace unos años dejó de hacerlo debido a los bajos márgenes de beneficio. Esto se debe a que las tiendas benéficas suelen quedarse con el material de mejor calidad y “lo de peor calidad se lo llevan todos los demás” explica el director.


Contenedores para la recogida de ropa de Pink Elephant Recycling (Fuente: Tadexnews)
El contenido de los contenedores se recoge y se clasifica previamente por tipo de prenda: pantalones de hombre, blusas de mujer, zapatos de niño… Mucha de estas ropa llega manchada, con grasa o basura, lo que hace que se pudra. Por suerte, la tasa de reciclaje (ropa que se salva) de Pink Elephant Recycling es del 90%, una de las más altas del sector. Después de la clasificación previa, una docena de trabajadores clasifican la ropa por la calidad en base a una categoría alfabética. Las de categoría A son las de mayor calidad, mientras que la ropa más barata, con manchones, desgarros o que ha perdido la forma, cae en categorías inferiores B, C... Los trabajadores deben clasificar la ropa en más de 85 categorías distintas, con cientos de marcas diferentes, empleando 2 segundos por cada prenda. Cada marca también tiene una categoría en función de su precio (oro, plata, bronce…) siendo la ropa de los supermercados la de peor calidad y la de diseñador la de mayor. Sin embargo, una gran parte de la ropa que llega a Pink Elephant Recycling es de baja calidad, “Moda rápida barata. Primark, Tesco y Sainsbury's” afirma el director de la empresa, y es que desde hace unos años, la calidad de la ropa que se vende y se compra en Reino Unido ha caído en picado. Un dato muy revelador de la Fundación Ellen MacArthur indica que la cantidad de ropa comprada en Reino Unido por persona se ha duplicado desde el año 2000; sin embargo, la cantidad de veces que se usa cada prenda se ha reducido un 36% en ese mismo periodo. La ropa barata y mala ha inundado la industria gracias, en parte, a los supermercados que se han sumado a la producción textil de la moda rápida.
La diferencia en el precio de venta de la ropa de cada categoría es abrumadora, una chaqueta de Categoría B puede multiplicar por 5 su valor tan solo por arreglarle un botón y convertirla en Categoría A. Por ello Pink Elephant Recycling ha decidido comprar una tintorería y tratar de arreglar algunas de sus prendas con el objetivo de aumentar su margen de beneficios. De hecho, varias empresas del reciclado de textiles emplean aplicaciones de reventa como Vinted y Depop para aprovechar la creciente popularidad de los productos de segunda mano, ya que se espera que las ventas de ropa usada se dupliquen para 2026, en especial a través de este tipo de aplicaciones. Los mayoristas del reciclaje se están convirtiendo en minoristas con rapidez. No obstante, en la actualidad, casi todo el material de Pink Elephant Recycling se vende para la exportación. La ropa de invierno, a Europa del Este; la de menor calidad, a Pakistán; pero con gran diferencia, el mayor mercado se encuentra en África occidental. El 70% de la ropa usada de Reino Unido se exporta a países como Ghana y Togo, con un valor acumulado de 451 millones de libras esterlinas. A nivel mundial este negocio tiene un valor de 3.600 millones de libras.


Fardos de ropa procesada lista para la exportación (Fuente: El Mundo)
Tras el clasificado, la ropa se envuelve en fardos de plástico. “Un fardo estándar de África occidental pesa 55 kilos. Algunos de ellos se hacen por piezas: pantalones de hombre, 200 piezas. Pantalones mixtos de señora, 200 piezas” comenta el director de Pink Elephant Recycling. La categoría A dirigida a África es la que más dinero da, luego la categoría B de África, luego la categoría de Pakistán, en la que el coste de manipulación es mayor que su valor, por lo que solo acarrea pérdidas. Sin embargo, enviarlo al extranjero resulta más barato que desecharlo en Reino Unido, y al menos, el material se reutilizará. Muchos pequeños comerciantes no rellenan sus fardos hasta los 55 kilos, de forma que consiguen ahorrarse los precios de transporte sin devaluar el valor. Es decir, el fardo seguirá valiendo lo mismo, pero el transporte (basado en el peso) será más barato. Una vez en África, los costes de reenvío son muy superiores a las pérdidas de material, por lo que la estafa perdura sin ser amonestada. Del mismo modo, otros comerciantes, o mejor dicho, timadores, rellenan fardos de categoría A con material de categoría B o incluso los llenan con piedras. En este negocio abundan las historias de comerciantes africanos que compraron fardos a crédito, para luego descubrir que recibían fardos llenos de basura sin valor. Cuando los fardos están listos, se cargan en un barco portacontenedores y zarparan, al igual que unos 4.000.000 de toneladas de ropa usada que se exporta cada año.
Cada año se fabrican en todo el mundo alrededor de 62 millones de toneladas de ropa, lo que equivale a entre 80.000 millones y 150.000 millones de prendas para vestir a 8.000 millones de personas; es decir, cada uno compramos entre 10 y 18 prendas al año. Con esto, la industria de la moda produce entre el 8% y el 10% de todas las emisiones de carbono globales y el 20% de todas las aguas residuales. No obstante, los adultas británicos solo usan el 44% de la ropa que poseen. Según un estudio de 2016, los armarios británicos cuentan con 3.600 millones de prendas de vestir que no se usan, con una valor estimado de 2.700 millones de libras esterlinas. Pero lo peor de todo es que este despilfarro de la moda no está haciendo más que acelerarse. Antes, las principales ropas de marca producían cuatro colecciones al año (una para cada estación); luego, enormes empresas de la industria textil como el grupo Inditex empezaron a crear colecciones para el tiempo entre estaciones (primavera-verano, otoño-invierno…) aumentando los lanzamientos anuales de nuevas prendas. Hoy en día, empresas como SHEIN lanzan nuevos productos cada día, durante todo el año, gracias a la mano de obra barata de países como Bangladesh, y al algodón barato de China. En un estudio de la Universidad de Delaware se descubrió que H&M lanza 25.000 productos nuevos a su sitio web en un año; Zara, 35.000 y SHEIN, 1.3 millones de productos nuevos (más de 3.500 prendas al día, casi 3 prendas por minuto). Como es lógico, estos datos arrojan cifras igual de descomunales en cuanto a los residuos generados, sobre todo si tenemos en cuenta que el 25% de la ropa fabricada nunca se vende. Por ejemplo, en 2018, H&M afirmó que estaba acumulando existencias en sus almacenes por valor de 4.300 millones de dólares, la mayoría de las cuales se exportarán o se incinerarán. La marca sueca produce tal cantidad de desechos, que la central eléctrica a las afueras de Estocolmo, donde tiene su sede H&M, pasó de quemar carbón a quemar ropa parcialmente. También hay que tener en cuenta que entre un 25% y un 50% de la ropa que se devuelve se destruye, un porcentaje que no para de crecer con el aumento de las compras por internet. Esto hace que, por ejemplo, en Estados Unidos, el 85% de todos los textiles se arrojen a los vertederos o se incineren. Hoy es más barato comprar una nueva prenda que llevarla a arreglar, haciendo que nuestra nueva ropa apenas dure más que su tendencia. Lo que vestimos se ha vuelto cada vez más desechable.


Vertedero de ropa al aire libre en el desierto de Atacama, Chile (Fuente: La Razón)
Volviendo al recorrido que hace la ropa que hemos donado, nos debemos trasladar al destino de los portacontenedores que transportan los fardos clasificados y empaquetados por Pink Elephant Recycling. Ahora nos encontramos en Accra, la capital de Ghana, un día de mercado. Los comerciantes abarrotan las calles del centro de la ciudad, atestadas de puestos y vendedores ambulantes. En estas calles se comercia con todo: juguetes, herramientas eléctricas, cocinas, suelos, consolas para videojuegos, alfombras, maletas, calzados…y de todas las marcas: Prada, Frozen, el Real Madrid, Gucci, Samsung, Nike, la Patrulla Canina… En este mercado en concreto, Makola, la mayoría de los productos son importaciones nuevas fabricadas en China, pero si nos alejamos un poco del centro comercial de la ciudad, nos adentramos en Kantamanto, el mercado más grande de ropa de segunda mano de todo África occidental. En estas calles del corazón de la ciudad se apelotonan más de 30.000 comerciantes en menos de 3.000 metros cuadrados. Según la fundación OR, una organización sin ánimo de lucro, 15 millones de prendas circulan por Kantamanto cada semana (la población total de Ghana es de unos 34 millones). Desde aquí, la ropa exportada desde Europa por empresas como Pink Elephant Recycling se extenderá por Ghana y, a través de las fronteras, hasta Costa de Marfil, Togo, Níger, Benín y más allá.
Las raíces del comercio de segunda mano en Ghana en particular y en África en general, descansan en el colonialismo: durante el dominio británico, que duró desde 1821 hasta la independencia en 1957, los trabajadores ghaneses tenían que cumplir con los códigos de vestimenta del estilo occidental. Pero el comercio explotó en las décadas de 1980 y 1990, cuando organizaciones benéficas occidentales inundaron África de ropa usada con el objetivo tanto de recaudar fondos como de ayudar. Luego, entre 1990 y 2005, las exportaciones textiles mundiales se multiplicaron por diez. Cuando la ropa de segunda mano entró a raudales en Ghana, los locales no daban crédito ante semejante despilfarro. De hecho, asumieron que esas prendas eran pertenecientes a personas fallecidas. “Obroni wawu” es una frase en akánico que significa “Ropa del hombre blanco muerto”, y todavía se puede observar en alguna de las entradas de Kantamanto. Estas donaciones, por muy bien intencionadas que fueran, acabaron provocando tantos daños como beneficios. Sin ninguna posibilidad de competir con los productos baratos que llegaban de Europa, los sectores locales de fabricación de textiles cayeron en bancarrota. Entre 1975 y 2000, el número de personas que trabajaba en el comercio textil en Ghana cayó un 75%. Las empresas no podían competir en precio con un producto que la gente estaba tirando a la basura. Durante años, a pesar de que las casas de moda de lujo suelen rajar los artículos que no han vendido (stock muerto), muchos de estos artículos de diseño llegan a Accra en perfectas condiciones. Esto proporcionaba ropa de diseño a la ávida escena de Kantamanto y una serie de productos de diferente calidad con lo que comerciar. En la actualidad, por desgracia, la creciente popularidad de las aplicaciones de compraventa de ropa de segunda mano como Vinted, ha hecho que la ropa de gama alta se quede cada vez más en el Norte Global, mientras que la moda rápida ha desatado una ola de ropa de una calidad cada vez menor en Kantamanto.


Puesto de zapatillas en el mercado de Kantamanto, Ghana (Fuente: Greenviews)
En Kantamanto, los lunes y los jueves, llegan contenedores con fardos nuevos recién desembarcados en el puerto de Tema. Los importadores venden los fardos (55kg) a los comerciantes del mercado con precios que oscilan entre los 75 y los 500 dólares según el origen y la calidad. Los fardos británicos son los más caros ya que están mejor clasificados, mientras que en los provenientes de Estados Unidos o Canadá se encuentran muchos más desechos. Aunque los fardos se compran por tipo de prenda (zapato de hombre, camiseta de mujer…) lo que hay en su interior es un misterio. Tras la compra, los comerciantes evalúan la calidad de los artículos escogiendo los más preciados en la “primera selección”, prendas que se colgarán en perchas y se exhibirán con predilección. La segunda selección se cuelga más baja, y la tercera, que puede estar manchada, se amontona. El resto se tira. El descenso en la calidad de ropa importada en los últimos años es una de las razones por las que una gran cantidad de comerciantes está perdiendo en este juego de azar. Sin embargo, un comercio tan masivo también incentiva negocios complementarios: costureras, zapateros, teñideros… colaboran en la reparación de las prendas de calidad que merecen la pena; Peluqueros, vendedores de comida y taberneros completan la vida de los extenuantes negocios de Kantamanto. También están las kayayei (literalmente “la que lleva la carga”), mujeres jóvenes que trabajan de porteadoras para mover los fardos de los comerciantes. Transportan fardos de 55 kg que suelen provocar lesiones lumbares y, como a menudo son inmigrantes adolescentes analfabetas, no cobran casi nada.
Según la fundación OR, hasta el 40% de la ropa que llega a Kantamanto (unas 6 millones de prendas por semana) se convierte de inmediato en basura. Los recolectores de basura privados conocidos como “bola boys”, pasan por los pasillos de Kantamanto cada noche llevándose los artículos que no se han vendido. Aunque estos servicios hay que pagarlos, y muchos vendedores optan por no hacerlo dejando que la ropa se acumule en el suelo. El departamento de gestión de residuos de Accra hace los que puede con semejante volumen de residuos textiles. “Estoy cansado. Nos utilizan como un vertedero para los desechos textiles del hombre blanco” comentó en su momento Solomon Noi, jefe del departamento. Hace unos años, los residuos se transportaban a un vertedero especial en Kpone, a las afueras de Accra, pero la afluencia masiva de ropa usada creó condiciones imposibles dentro del vertedero. “Los residuos textiles absorben agua, se mezclan con la tierra y el cieno empastándose como cemento” comenta Solomon. El espacio del vertedero de Kpone, se construyó para llenarse en el plazo de 30-40 años, pero se llenó en menos de 3 años. Aunque parezca imposible la situación es aún peor. Al absorber agua, la ropa impide que el lixiviado se drene hacia el fondo de las celdas del vertedero, impidiendo que el gas metano que se encuentra por debajo se filtre hacia las tuberías de ventilación. Con el tiempo, la presión del gas aumenta hasta que es demasiado tarde. En agosto de 2019, el vertedero de Kpone explotó. provocando un incendio que ardió durante 8 meses.


Vertedero de ropa a las afueras de Accra, Ghana (Fuente: Greenpeace)
El vertedero de Kpone, financiado en parte con un préstamo del Banco Mundial, era el único vertedero especial de Accra, ahora la basura se transporta a un vertedero normal; es decir, uno en el que los lixiviados contaminan los ríos y las aguas subterráneas. Esta situación, junto con la contaminación generada por la minería de oro, hace que el agua de los grifos de Accra no se pueda beber. Por eso, la mayoría en Accra consume agua embotellada, generando otro problema de residuos plásticos que obstruyen las alcantarillas de la ciudad. Algunas de las prendas de Kantamanto son desechadas en las playas y acaban contaminando nuestros mares. Todas estas consecuencias tienen el origen en el comercio de ropa usada. Mientras tanto, las multimillonarias marcas de moda rápida prometen “cero residuos en vertederos” y pagan los programas de responsabilidad ampliada del productor (REP por sus siglas en inglés) que financian la recogida y el tratamiento de residuos en el Norte Global, cuando sus productos acaban su vida útil en el Sur Global. Aunque la prohibición de la importación de ropa usada pueda parecer lógica para un país como Ghana, los empleos y los ingresos fiscales generados por el comercio de este producto decantan la balanza hacia su permisión. Otros países como Kenia, Uganda, Tanzania y Ruanda, anunciaron su intención de prohibir la importación de ropa de segunda mano para revitalizar sus propias industrias textiles. En represalia, Estados Unidos amenazó con sanciones comerciales, alegando que esa medida amenazaría los empleos estadounidenses. Todos excepto Ruanda dieron marcha atrás. Mientras las marcas prometen sostenibilidad, cada día 60 toneladas de ropa desechada llegan a los vertederos de Accra, convirtiendo la solidaridad en residuo y el reciclaje en colapso.
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